l presidente Donald Trump dio por terminadas las negociaciones comerciales con Canadá y aseguró que en los próximos siete días dará a conocer los aranceles que impondrá a su vecino si quiere hacer negocios con Estados Unidos. El enojo del magnate con el gobierno de Mark Carney se debe a la decisión de Ottawa de cobrar un impuesto de 3 por ciento a los gigantes estadunidenses de servicios digitales como Google, Apple, Meta (Facebook), Amazon y Microsoft, las cuales explotan la naturaleza intangible de sus negocios para evadir las ya de por sí exiguas contribuciones que se les cobran. Para Trump, el intento de hacer que dichas compañías contribuyan en algo a los países de los que extraen fabulosas ganancias constituye un impuesto escandaloso
al que califica de ataque directo y flagrante
a Estados Unidos.
Lo verdaderamente escandaloso es la manera en que el republicano convierte en un asunto de Estado la defensa de los máximos patrocinadores de su pasada campaña electoral, algunos de cuyos directores ejecutivos se han vuelto figuras habituales en el entorno trumpista y han puesto sus compañías al servicio de la desinformación y la propagación de los discursos de odio que están en el centro de la estrategia política del mandatario. Cabe recordar, por ejemplo, que Meta eliminó sus medidas de moderación de contenidos a fin de dar rienda suelta a las noticias falsas, la misoginia, la homo y transfobia, el racismo, la xenofobia y el supremacismo blanco de los seguidores de Trump; mientras el segundo hombre más rico del planeta, Jeff Bezos, prohibió publicar cualquier texto opuesto a su concepción personal de las libertades personales y los mercados libres en los espacios editoriales de The Washington Post, periódico de su propiedad.
Caso aparte es el de Elon Musk, el hombre que acapara la mayor fortuna del mundo y dueño de la red social X, por la que pagó 44 mil millones de dólares a fin de convertirla en el principal medio de difusión de sus ideas fascistas. Musk no sólo donó –o invirtió, según se vea– 277 millones de dólares en la campaña de su efímero amigo, sino que formó parte de su gobierno y usó su cargo para desmantelar las agencias encargadas de regular a sus empresas, además de apoderarse de datos confidenciales de millones de ciudadanos.
Más allá del conflicto de intereses, es o debería ser impactante que el presidente de Estados Unidos lance amenazas contra uno de los países con quienes Washington tiene una de las relaciones más estrechas y cordiales por una suma verdaderamente insignificante: se estima que el impuesto recaudará 2 mil millones de dólares de todas las firmas gravadas, mientras que sólo las mencionadas arriba facturaron 448 mil millones de dólares en el tercer trimestre de 2024.
De este modo, el más reciente exabrupto trumpiano rebasa las peculiaridades del personaje para convertirse en una ilustración vívida de la naturaleza del neoliberalismo, un modelo económico que pone la codicia de los grandes capitales por encima de cualquier consideración, y que ha hecho de los impuestos el principal blanco de su cruzada contra cualquier política pública que proteja el bienestar general, así sea de forma tan tímida como una tasa de 3 por ciento a corporaciones gigantescas.