Editorial
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Trump: bofetada a Europa
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n uno más de sus proverbiales cambios de humor, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a amenazar ayer al gobierno de Irán: Le doy un plazo, y diría que dos semanas sería el máximo, antes de decidir sobre una participación directa de Washington en la ofensiva contra la República Islámica iniciada hace unos días por Israel y que ha derivado en una espiral de bombardeos entre ambos países. Simultáneamente, entraron en vigor nuevas sanciones económicas contra el país centroasiático.

En una primera lectura, se trató de una respuesta de Trump al posicionamiento iraní en el sentido de que no volverá a la mesa de negociaciones con la Casa Blanca en tanto Tel Aviv no detenga la agresión bélica que inició hace más de una semana con bombardeos sobre Teherán y asesinatos de altos funcionarios militares iraníes.

Pero si se observa el contexto, es inevitable observar que la renovada hostilidad verbal del millonario republicano tuvo lugar mientras los cancilleres de las potencias europeas se encontraban reunidos en Ginebra con su homólogo iraní para tratar de buscar una salida diplomática al conflicto, lo que deja en claro que el objetivo contra el que apuntó Trump no era tanto el gobierno de Teherán sino la mesa de diálogo que se desarrolla en la ciudad romanda: de hecho, el mandatario estadunidense dio por fracasado, a priori, un esfuerzo negociador que ciertamente tiene escasas probabilidades de éxito en tanto Washington se empecine en atizar la confrontación, como lo ha hecho Trump desde 2018, cuando en su primer periodo presidencial abandonó el acuerdo logrado tres años antes sobre el programa nuclear de Irán, firmado por ese país y por China, Francia, Rusia, Reino Unido, la Unión Europea y el propio Estados Unidos.

Cabe recordar que ese documento comprometía a la República Islámica, a cambio de un levantamiento de las sanciones que pesaban en su contra, a no producir más uranio que el requerido con fines pacíficos. De manera inopinada y sin motivo de fondo, Trump sacó a su país del acuerdo y restableció las represalias económicas contra Irán, ante lo cual éste reactivó el enriquecimiento de uranio, si bien aclarando que no lo destinaría a la fabricación de armas nucleares.

Es pertinente señalar, asimismo, que desde hace más de dos décadas el régimen de Tel Aviv, acompañado por Washington, ha venido asegurando que Irán se encuentra a semanas de producir bombas atómicas, una acusación desvirtuada por la realidad misma. De ello es inevitable concluir que los supuestos planes iraníes de fabricar esa clase de armas es un pretexto urdido para buscar la caída del régimen teocrático para que Estados Unidos y su más estrecho aliado regional puedan apoderarse de los recursos de la antigua Persia. En esa lógica, a Trump le conviene torpedear las gestiones diplomáticas pacificadoras y atizar las tensiones en la región, aunque la tradicional inconsecuencia de sus palabras hace dudar de que albergue intenciones reales de comprometer a las fuerzas de su país en una confrontación directa con Irán. En lo inmediato, todo parece indicar que se limitará a nutrir al régimen israelí con envíos adicionales de armamento –como el que le envió hace dos días por vía aérea–, suministro de información de inteligencia militar y apoyo moral y propagandístico.

Lo cierto es que, al igual que lo ha hecho con el conflicto en Ucrania, en este caso el presidente estadunidense está decidido, eso sí, a minimizar e incluso a humillar a los gobiernos europeos que, acaso porque Medio Oriente les queda mucho más cerca, querrían evitar una guerra abierta en esa región.