en silencio, sin molde, una pieza a la vez
El periodista y poeta habla en entrevista de su nuevo libro, Mester de alfarería // La ficción a veces dice mejor la verdad que la verdad misma
, reconoce
Domingo 1º de junio de 2025, p. 4
El poeta, cronista y editor Hermann Bellinghausen (Ciudad de México, 1953) se descubre con otra piel en su libro Mester de alfarería, la del artesano de cuentos que da forma a narraciones únicas, necesarias e irregulares, como piezas de barro.
Esta colección, publicada por Ficticia en coedición con la Universidad Veracruzana, se presentó ayer en la Feria del Libro de Valle de Bravo. Como quien acomoda con paciencia objetos moldeados a fuego lento, el autor ofrece relatos que buscan ser leídos y escuchados.
No creo hacer porcelana, pero sí alfarería
, señaló en entrevista con La Jornada.
Desde hace décadas, el también periodista, activista y viajero incansable recorre los territorios del México profundo, ese que se vive en las comunidades indígenas y zonas rurales, donde las luchas sociales y movimientos insurgentes no son figuras retóricas, sino parte del día a día.
Ahora, en esta obra, la ficción toma el lugar central. El título alude, claro, al mester de clerecía, aunque aquí no hay monjes ni copistas. Lo que late en estas páginas es una pulsación narrativa hecha a mano limpia, como si cada cuento fuera una figurita salida del torno.
El primero, sobre un alfarero obsesionado con sus creaciones, funciona como clave. Me pareció una metáfora de mí mismo. Siempre estoy escribiendo algo nuevo y, a veces, eso te rebasa
, añadió el director del suplemento Ojarasca, que se publica mensualmente en este diario.
La portada del libro refuerza esa idea. Es una fotografía tomada por el propio Bellinghausen al amanecer en Xochimilco, en la que no aparece él, sino el instante capturado: la bruma, la luz, el silencio.
Ese momento lo viví solo, y fue como si algo muy antiguo me hablara. Me pareció un símbolo perfecto para el libro. Así son los cuentos: aparecen en silencio y flotando
, recordó.
Ajeno a las modas literarias y sin seguir moldes de manufactura editorial, este conjunto de relatos nace de una práctica prolongada, aunque discreta.
Siempre pensé que los narradores eran otros. En mi generación estaban muy definidos los papeles: poetas, ensayistas y narradores. Yo nunca supe bien dónde quedaba. Pero igual escribí narrativa desde siempre. Lo que pasa es que no me preocupé por hacerlo evidente
, subrayó el autor.
Las historias transitan entre la evocación, la crónica y la invención, sin instalarse del todo en ninguna. La voz que las recorre no se impone; más bien acompaña, como quien conversa sin alzar demasiado la voz.
La ficción a veces dice mejor la verdad que la verdad misma. Un reportero no puede inventar. Un cronista, con suerte, se permite ciertas licencias. Pero el cuento da más libertad: puedes escoger el tono, el ritmo e incluso los hechos.
En esa libertad encontró un respiro durante los años más intensos de su labor periodística, especialmente en Chiapas.

los grandes sellos editoriales quieren que tengas un perfil, como los roqueros. Y no tengo ninguno.Foto Sergio Hernández Vega
Cuando la realidad te golpea todos los días, escribir ficción era una manera de voltearte un rato. Contar mentiras, digamos. O fabular a partir de recuerdos. A veces no sé si un personaje soy yo, pero me gusta pensar que escribir también es una forma de conocer gente.
La naturaleza, presente desde siempre en su vida, atraviesa los textos con naturalidad: el mar, los animales, el viento, los paisajes del sur se asoman sin esfuerzo.
He pasado buena parte de mi vida al aire libre. De chavo me tiraba a los ríos, subía cerros. Luego viví 20 años en Chiapas, y gran parte de ese tiempo en la selva. Eso se queda contigo. Las historias suceden en el campo porque es lo que conozco. He visto muchos animales salvajes. Me fascinan. Es lógico que aparezcan
, afirmó el narrador.
Ese mismo arraigo se extiende a los pueblos originarios de México, con los que Bellinghausen mantiene un vínculo profundo, tanto político como afectivo. Sus presencias se filtran en los textos, a veces de manera simbólica; otras, con una claridad directa.
“En mi poesía no suelo referirme de forma explícita a esas vivencias, pero en la narrativa, sí. Si escribes sobre el país, eso termina por salir. Aunque sea ficción, aunque se vuelva algo muy poético. No se puede evitar.
No puedo hablar por los pueblos. Pero puedo dejar constancia de lo que he visto, de lo que me han contado. Mi manera de honrarlos es no explicarlos. Sólo escucharlos, dejar que la historia fluya.
Y entre esas tramas, también se cuela el humor, casi a su pesar.
“Nunca intento ser chistoso, y creo que no lo soy. Pero a veces me río con lo que escribo. Las situaciones se desenvuelven un poco solas. Algunas veces sé adónde van; en otras, los personajes me arrastran. Me ha pasado que uno se mete en otro episodio, como si quisiera volver. A veces lo hago a propósito, otras ni me doy cuenta hasta que releo.
La música también aparece. No como tema, sino como atmósfera, como ruido de fondo que a ratos se vuelve protagonista. Ésta entra como entra en la vida. No digo: ahora va música, pero si el momento lo pide, ahí está.
Sin embargo, la relación de Hermann Bellinghausen con el mercado editorial ha sido, por decir lo menos, esquiva.
Nunca me han pelado mucho. La mayoría de mis libros han salido con universidades o editoriales pequeñas. No tengo libros en la industria. He intentado, pero no funcionó. Los grandes sellos quieren que tengas un perfil, como los roqueros. Y no tengo ninguno.
Lejos de lamentarlo, asume esa condición con tranquilidad. Tal vez sea mejor así. Si tuviera más visibilidad, quizá no podría escribir como lo hago. Prefiero seguir trabajando como un alfarero: en silencio, sin molde, una pieza a la vez
, concluyó.