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¿Cómo escribir de Palestina?
Q

uizás habría que imaginar a ese secretario privado de Napoleón III, Ernest Laharanne, que antes le había escrito recomendaciones para un imperio europeo en México. En sus cartas y el libro que finalmente escribió, Laharanne veía la posibilidad de llevar a los judíos de Europa a un nuevo lugar entre el Éufrates y el Mediterráneo para que sirviera de muro cultural a los turcos otomanos. Se propone, desde entonces, como un negocio: fundar una compañía al estilo de la Compañía Belga de Comercio del Marfil que emplea a Charles Marlow en El corazón de las tinieblas. Desde el inicio, el sionismo tiene un carácter colonial, racial, y de negocio. Es una invención europea antisemita, término inventado por un periodista vienés, Wilhelm Marr, que asumía como real la distinción racial entre arios y judíos. Así, los lingüistas hicieron su parte al separar las lenguas y justificar el antisemitismo sobre la base de que los judíos no hablaban una lengua europea sino semita. Los sionistas abrazaron esa causa: su presencia en Europa causaba problemas para integrar a las diversas naciones, por lo que era apenas lógico que ellos mismos buscaran un lugar en Argentina o Palestina que fuera su nación.

Herzl, el ideólogo del sionismo, escribe en su diario: Los países antisemitas son nuestros mejores aliados. Así es que se reúne con Vyacheslav von Plehve, el político ruso que había ordenado las matanzas de judíos, y con Lord Balfour, el primer ministro británico que había redactado el Acta contra Extranjeros para evitar que llegaran los judíos huyendo de esas mismas matanzas. En 1917, Lord Balfour declaró que Palestina era un hogar nacional para todo judío. Ya en la Alemania nazi, la Federación Sionista apoya las leyes de Nuremberg de 1935 contra ellos mismos, es decir, contra los judíos. Los nazis, en un inicio, sopesaron la posibilidad de llevarlos a Madagascar para que fundaran su estado. Tras la Solución Final y el final de la guerra, los países árabes solicitaron que los países europeos y Estados Unidos aceptaran como ciudadanos a los sobrevivientes judíos. Eso fue en 1947, el mismo año en que aprobaron partirle un pedazo a Palestina para que ahí vivieran.

Pero no. El problema no es nada más el sionismo antisemita de mediados del siglo XIX en Europa. Lo es, también, el abandono de la solución de dos estados, Palestina e Israel. Ni Hamas ni los teofascistas del Partido Sionista Religioso de Bibi Netanyahu creen en él. Hamas se constituyó en contra de ceder un ápice de tierra a los sionistas, y Netanyahu ha hecho su carrera política a partir de la limpieza étnica de Palestina. Ninguno de los dos aceptó los acuerdos de Oslo firmados por la OLP e Israel. Así que cuando Al-Fatah le suspende el financiamiento a Hamas cuando éste intenta matar a su líder, es Netanyahu el que acepta que pasen millones de dólares desde Qatar entre 2018 y 2023 para sostener una fuerza que, si bien opuesta, lo sostiene.

Al amparo del sostenimiento de Hamas se engendra una ultraderecha supremacista que cree en el exterminio palestino como antesala de la llegada del Mesías. Los fanáticos del fin del mundo reinterpretan la Biblia. Og y Magog es MAGA (Make America Great Again, el lema tanto de Reagan como de Trump en este segundo advenimiento), según este delirio apocalíptico. Para llegar al final hay que hacer tres cosas: dominar el territorio desde el río Jordán al Mediterráneo, construir el Tercer Templo en Jerusalén y expulsar a las demás religiones y, por último, instaurar, no una democracia o un Estado liberal en Israel, sino la Casa de David. Los fundadores del sionismo religioso –el rabino Abraham Isaac Kook y su hijo, el rabino Zvi Yehuda Kook– han dicho: Cada guerra es una fase de nuestra redención.

En un texto de 2024 que se publicó en español en Nueva Sociedad, el ex ministro de Relaciones Exteriores del Israel de los laboristas de Ehud Barak, Shlomo Ben-Ami, escribe sobre esta secta apocalíptica hora en el poder: “En 1980, el rabino Israel Hess, para defender la erradicación de los palestinos, escribió un artículo titulado ‘Genocidio: uno de los mandamientos de la Torá’. En él asegura que el rey Saúl recibe la orden de Dios de matar a todos los amalecitas y que éste es el mismo mensaje. Más recientemente, Smotrich (el ministro de finanzas de Netanyahu) se quejó de que nadie en el mundo nos permitirá matar de hambre a 2 millones de personas, aunque sea legítimo y moral. Para esos fanáticos, en vez de las normas y los valores de la humanidad, lo que debe guiar el comportamiento israelí es ‘la palabra de Dios’”.

Pero no sería suficiente. Quizás habría que leer a Edward Said. En el Prefacio de 1992 a su libro La cuestión palestina (1979) escribe: “Aquí se da, pues, otra compleja ironía: cómo las clásicas víctimas de años y años de persecución antisemita y del Holocausto se han convertido en su nueva nación en los verdugos de otras personas, que a su vez se han convertido, por eso mismo, en víctimas de las víctimas. Que haya tantos intelectuales israelíes y occidentales, judíos o no judíos, que no hayan afrontado este dilema de una forma valerosa y directa representa, creo, una traición intelectual de enormes proporciones, sobre todo en el hecho de que su silencio, su indiferencia o su pretendida ignorancia y neutralidad perpetúan los sufrimientos de un pueblo que no merece tan larga agonía (…) ¿Cuántos antiguos políticos o intelectuales activamente comprometidos siguen diciendo todavía en privado que se sienten horrorizados por las políticas militares y la arrogancia política israelíes, o que creen que la ocupación, la subrepticia anexión y la colonización de los territorios es inexcusable, pero luego dicen poco o nada en público, donde sus palabras podrían tener algún efecto?”

Y en efecto, aquí seguimos, atrapados entre la opinión planetaria de que el genocidio de Israel contra Palestina debe terminar y el avance inexorable de ese mismo genocidio y despojo de tierras, día tras día. Aquí seguimos.