antuve con Carlos Monsiváis trato personal y amistad a partir de 1988. La última vez que conversé presencial y ampliamente con él fue en su casa, el 6 de noviembre de 2009. Después hubo más charlas, pero nada más por vía telefónica. En mi postrera visita, Carlos tenía un pequeño tanque de oxígeno a su lado, del que se auxilió para respirar dos o tres veces a lo largo del encuentro.
De los múltiples libros escritos por Monsiváis unos los adquirí yo y otros él me los obsequió. En estos últimos escribió generosas dedicatorias. En la visita mencionada, me dio Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. En mi ejemplar, con estimación y, así lo creo, de manera hiperbólica, escribió: A Carlos Martínez García, que lo sabe todo y pidiéndole por favor que ignore algo. Con el afecto y la admiración de Carlos
. No agregó, como en otras dedicatorias, versículos bíblicos ni alguna línea de himnos de su preferencia.
La primera edición de Los mil y un velorios salió en 1994, una obrita de 10 por 15 centímetros con menos de 100 páginas. Quince años después el volumen creció tanto de tamaño, 10.5 por 17 centímetros, como en páginas, 197. Monsiváis inicia con tres epígrafes, uno de Elías Canetti (Cabría imaginar un mundo en el que jamás haya habido asesinatos. En un mundo así, ¿cómo serían los otros crímenes?
); otro entresacado de Génesis 4:9-10 (Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra
); y el tercero es del escritor protestante C. S. Lewis (Nunca me dijeron que el dolor fuese tan parecido al miedo
).
En varias ocasiones me pregunté sobre la relación que habría querido establecer Carlos Monsiváis entre los versículos del Génesis que cita como uno de los epígrafes, y las crónicas que conforman el libro dedicadas a narrar asesinatos y juicios criminales célebres en la historia de México. ¿Cuál fue su intención al evocar esos versículos bíblicos? Me parece que la clave está en el crimen narrado en Génesis 4:9-10. En lugar de ser guardián de su hermano, Caín es su asesino. Por tanto, Monsiváis nos ilustra con infinidad de casos que recoge en su libro la mexicanización del caso de Caín. El desfile de crímenes narrados en Los mil y un velorios ejemplifica lo que sucede cuando en lugar de ser guarda del hermano, lo que acontece es lo contrario: se es el depredador, el cruel victimario.
Uno de los grandes intereses de Carlos Monsiváis fue contribuir con su denuncia de la intolerancia a forjar personalidades democráticas en el seno de la sociedad mexicana. De ahí que en sus escritos esté presente una lección ética, principios a internalizar al confrontarnos con la denuncia sobre, por ejemplo, los márgenes de impunidad tan grandes existentes en México. En su acercamiento a la nota roja no estaba en primer lugar la motivación por lo criminal y escandaloso, sino tratar de comprender lo que cada caso revelaba sobre el estado de la sociedad en la que los crímenes tenían lugar. Lo suyo no era el recuento de los muertos, el sadismo de los asesinos. Su preocupación por la explosión demográfica de las ejecuciones sangrientas iba por el lado de cómo desde el poder se construyó un clima social que hizo posible el horror, para después filtrarse, exitosamente, en algunos sectores de la sociedad. ¿Han sido acaso los gobiernos guardas de sus hermanos, de los ciudadanos?
Monsiváis observaba que “ya sólo en casos excepcionales la nota roja será de nuevo el eje de las conversaciones, la fuente de la ejemplaridad negativa, el punto de arranque de una ‘estética’ de la desmesura, pero siempre la naturaleza humana (en este contexto el otro nombre de lo imprevisto o de lo calculado con resultados funerarios) se las arreglará para no dejar que agonice un género que, de la pequeña historia de Caín y Abel al escándalo de la Banca Ambrosiana, se las ha ingeniado para entretener, asustar, aleccionar. Siempre, a la vista de una tragedia, alguien dirá: ‘¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?, ¿y dónde, oh sepulcro, tu victoria?’”.
Las últimas frases de la cita pueden confundirse con un aforismo de esos que era muy dado a forjar Monsiváis. Pero no es el caso, se trata de una referencia de la Biblia que se localiza en 1 Corintios 15:55. Con la mención bíblica anterior, y sobre todo con la óptica con que enfoca el tema de Los mil y un velorios, constatamos una vez más cómo en la amplísima obra de Carlos Monsiváis la Biblia es como un palimpsesto, sobre el cual escribió y desde donde supo mirar la realidad que lo circundaba. Compenetrado con y por los textos bíblicos, éstos aparecen muchas veces literalmente y, en otras, son una presencia oculta que, no obstante, alcanzamos a ver detrás de lo escrito por él.
Uno de los muchos motivos que provocan mi nostalgia de Monsiváis es su creatividad para establecer vínculos entre la lectura de la Biblia y el acontecer social, político y cultural de México en una sociedad globalizada.
Invitación: hoy en la Librería Papiro 52 (Calzada de Tlalpan 1237), a las 19 horas, participamos Javier Aranda Luna, Leopoldo Cervantes-Ortiz y quien esto escribe en la mesa redonda: Precoz, protestante y presuntuoso. Quince años sin/con Monsiváis.