Opinión
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Trabajos y visión de hoy
A

medida que el tiempo de gobierno avanza, las zonas con múltiples retos y problemas aparecen en el espacio colectivo. Unos, los principales de ambas categorías, se ciernen sobre la Presidenta misma. Los demás se reparten entre numerosos actores, públicos unos, privados otros. El saber y poder dar el espacio y la atención a todos va dictando la eficacia decisoria de cada uno de ellos. El cómo balancear y enfocar lo que se presenta cada día calificará el desempeño de los múltiples personajes. Durante las últimas semanas, la intensidad de presiones que han surgido, muchas de ellas generadas por agentes precisos, son reflejo de los serios intereses en juego. Los que surgen desde la oposición llevan un claro propósito: sujetar al Poder Ejecutivo, restándole su sólida legitimidad y descarrilarle su ruta. Aunque la constante mostrada hasta ahora no plantea con claridad suficiente la alternativa de modelo, fondo en su intención. No obstante, el ataque no cede, persiste. Lo cierto es que reinciden en cuanto a sus conclusiones y negativos catastróficos. Unificados en advertir la deriva autoritaria que, suponen, matiza toda acción gubernamental. Las exageraciones abundan en señalamientos extremos: dictadura o, incluso, tiranía.

Pero hay adicionales problemas que se generan en el amplio espacio externo. Esos tienen varias características. Unas, las mayoritarias, escapan al manejo de las fuerzas internas y, por tanto, portan materias inquietantes. La intensa integración económica, política, social y hasta cultural que México ha generado con el vecino del norte domina por completo el panorama existencial presente. México ha despertado con la conciencia de su dependencia en múltiples asuntos, sentires y futuros. No es una imagen que apoye un ánimo deseable. Por el contrario, afirma debilidades que auxilian temores y desconfianzas en las propias capacidades. Hasta hoy se pensaba que el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) portaba las normas que le deban certezas y confianza a su uso y futuro. La irrupción del presidente Donald Trump ha venido a mostrar que esos acuerdos normados quedan muy cortos. No hay suficientes garantías de su vigencia, menos aún potencia para exigir, con éxito, penalizaciones por incumplimiento. La conducta, sujeta a la voluntariedad del mandatario estadunidense, se apoya, hasta ahora al menos, en su incontrolado poder de acción. Incontrolado, pero cuyo derrotero apunta a factibles quiebres internos que le impedirán, crecientemente, su libérrima continuidad. Las recientes protestas y manifestaciones populares habidas en cientos de ciudades de Estados Unidos descubren un profundo rechazo a la arbitraria conducta de Trump. Haber compactado la inconformidad social en la formulación no rey porta la energía que la puede convertir en un punto de opositora confluencia masiva. Muy a pesar del firme apoyo partidario –republicano o no– del que se hace gala y que aún soporta las políticas empleadas, bien pude decirse que la marea de fondo en reversa gana adeptos y beligerancia.

En medio de este turbulento espacio de circunstancias, la Presidenta se ha podido mover con relativa eficacia. Su presencia mediática ha ganado simpatías dentro y fuera del país. La crítica conservadora no ha incidido en asentar sus pretensiones. La economía ha resistido los embates arancelarios que acompañan incertidumbres. La inversión extranjera no muestra discordancias que reduzca números. El crecimiento, a pesar de las opiniones de centros de estudios o, incluso, del mismo Banco de México, no ha caído en negativos o recesión. La violencia criminal continúa con su ya larga tendencia a disminuir incidencias. Y las tareas de gobierno, enfocado a la atención popular y pobreza, siguen su curso normal. Por demás distinto de los pronósticos opositores, se insiste en preservar derechos humanos y libertades. Hay pruebas continuas de ello.

Una vertiente, por demás constante en la actualidad, se viene desarrollando en las relaciones externas.

La manera en que la Presidenta se ha desenvuelto, segura en su talante y siempre aferrada a valores nacionales (de independencia soberana) trasmite tranquilidad y prioridades populares, asentando simpatías mayoritarias. Matiz que la opinocracia y columneros, de vieja y reciente catadura, no han querido entender. Siguen aferrados a sus patrones y usanzas, atadas al viejo modelo concentrador. Un ambiente donde prosperaron, pero que les imposibilita la debida comprensión de lo que hoy sucede. La continua y hasta incierta disputa negociadora, forzada por los desplantes trumpianos, tan inconsecuentes como ineficaces para sus propios intereses, dificultan a tarea presidencial.

No obstante, se ha podido navegar con los menores daños posibles. Asunto que causa corajes y retobos opositores, pero que no han podido contrariar a pesar de sus muchas tentativas.