l presidente que ha desmantelado agencias dedicadas a la ciencia, la salud pública y la educación con el pretexto de reducir el despilfarro, el abuso y el fraude
gubernamentales, despilfarró ayer por lo menos 45 millones de dólares en un desfile militar conmemorativo del 250 aniversario de la creación del ejército estadunidense, que de manera afortunada
coincidió con su propio cumpleaños 79.
Cada gesto, cada palabra, cada acto coreografiado durante el evento pareció sacado de una película satírica acerca de los excesos del poder, al estilo de El gran dictador de Chaplin o The Dictator del no menos genial Sacha Baron Cohen. Sin embargo, fue real, tan real como se han vuelto durante las presidencias de Donald Trump fenómenos que hasta 2016 resultaban impensables. Aunque el mandatario y su entorno insistieron en que la coincidencia entre el desfile y el onomástico era pura casualidad, en el calor de las celebraciones sus subordinados y el público lo felicitaron una y otra vez por ser ya casi octogenario.
Como reportaron desde Washington nuestros compañeros Jim Cason y David Brooks, el desfile produjo escenas distópicas en las que pueden condensarse los peores males que plagan al Estado autoritario que todavía pretende encontrar la quintaesencia de la democracia cuando se mira al espejo: el descarado culto a la personalidad; la glorificación de la violencia; la naturalización de las armas; la capacidad estadunidense para convertir lo más solemne y terrible en un espectáculo diseñado por y para las cámaras; la conversión de las fuerzas armadas en un mecanismo de transferencia de la riqueza pública a manos privadas, de los recursos de todos a los bolsillos de directores ejecutivos y accionistas de la industria de la muerte; el dogma del excepcionalismo americano
, por el cual se justifican dos siglos y medio de una maquinaria de sometimiento, colonización y asesinatos masivos que ha dejado víctimas prácticamente en cada rincón del planeta.
Será pertinente recordar el desfile la próxima vez que un joven tome un arma de fuego y dispare contra sus compañeros de secundaria, los asistentes a un culto religioso, los compradores de una tienda frecuentada por latinos o afroestadunidenses, los espectadores de una sala de cine o cualquier otra locación donde se replique el macabro fenómeno de los tiroteos masivos. Además de enviar los pensamientos y oraciones
que ya se han vuelto una rutina vacía ante la violencia aleatoria, Trump y sus correligionarios deberán recordar cómo pusieron rifles de asalto, destructores de tanques, helicópteros de combate, robots asesinos y todo tipo de parafernalia bélica en las manos de niños pequeños, quienes han crecido y seguirán creciendo bajo la doctrina del asesinato como método privilegiado e incluso único para dirimir diferencias y alcanzar objetivos.
También habrá que recordar la parada militar cuando esos mismos niños se vean privados de servicios médicos, de su derecho a la educación, de vivienda, de medios de transporte asequibles, de infraestructura urbana básica, de tratamientos de salud mental o atención a las adicciones porque el presupuesto federal se destina de manera creciente y delirante a los contratistas de armamentos a los que una y otra vez se aludió ayer como nuestros patrocinadores
, como si la exhibición de músculo bélico hubiera sido un partido de futbol, y como si esos patrocinios
no provinieran en última instancia del Tesoro, principal o único cliente de las firmas de tecnología militar avanzada.
El costoso festejo que se regaló Trump con dinero público contradice la percepción que Estados Unidos tuvo de sí mismo hasta hace poco, en la que este tipo de desfiles eran indignos de una república y propios de regímenes que gobernantes y ciudadanos de la superpotencia consideraban sus antípodas. Si a ello se añade el contexto de constantes transgresiones a la ley, como ocurre con el despliegue de corporaciones militares para reprimir movilizaciones contra la cacería ilegal de personas desatada por el trumpismo, es inevitable concluir que esa nación enfrenta una de las mayores crisis políticas de su historia, y que por ahora hay muy pocos indicios de que pueda salir venturosa de ella.