armen Parra nació en un entorno volcánico en Chimalistac, anteriormente conocido como Oxtopulco, cerca de la actual Universidad Nacional Autónoma de México. Esta zona, que alguna vez fue agrícola, se transformó lentamente en ciudad. Los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl fueron su paisaje cotidiano, forjaron su identidad y conexión con la tierra. Se considera hija de los volcanes, su entorno moldeó su vida y creatividad.
Su padre, Manuel, conocido como El Caco Parra, fue un artista y arquitecto visionario. Encontró en las demoliciones un material valioso para un sistema de construcción innovador y creó rompecabezas de piedra y tiempo. Lo que otros consideraban desechos de demolición, él lo convirtió en casas. Su legado permanece en cada piedra reutilizada.
Desde su nacimiento, Carmen Parra estuvo inmersa en la vida del arte. Las grecas de Best Maugard fueron su alfabeto visual, y las escuelas al aire libre, su aula. Desde niña estuvo rodeada de creadores como Germán Cueto, que le dio clases de dibujo y era pariente de su madre, María del Carmen Rodríguez Peña, conocida como Mane, una mujer melancólica educada a la antigua que tenía un negocio de arte popular en el Bazar del Sábado. A los 6 años de edad, El Caco Parra la llevó al Hospicio Cabañas en Guadalajara para ver pintar a José Clemente Orozco el mural El hombre en llamas. El arte fue su destino inevitable, su camino se entrelazó con el de los artistas y en ese cruce encontró su verdadera esencia.
Comenzó su formación artística en la Escuela Nacional Preparatoria número 5 de la UNAM, donde fue alumna de Héctor Azar, quien fundó el teatro universitario. Luego continuó sus estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, entonces ubicada en la calle de Moneda, en el Centro Histórico. A los 15 años, Parra ingresó al Partido Comunista Mexicano y conformó una célula clandestina con Carlos Payán y Raúl Kampfer, anticuario y mecenas, que tenía una galería en la Zona Rosa donde se realizaban las reuniones del partido. En ese momento, pensaban que podían cambiar la historia.
El Caco Parra forjó en Carmen la disciplina y la rebeldía, fue un cincel que talló su carácter y la lanzó al mundo de un empujón, convirtiéndola en una artista que logró ser ella misma. La llevó a todas las pirámides, a todos los mercados, a todos los pueblos y a todos los conventos del siglo XVI, sembrando en ella un profundo vínculo con la historia de la cultura nacional. El carácter anarquista de su padre le dio fuerza y la impulsó a seguir buscando lo que ella llama el paraíso
, que quizá encontró en las costas del Pacífico.
Carmen, artista y antropóloga pictórica, tuvo la suerte de vivir en el México de los refugiados españoles y de otras nacionalidades, sobre todo de intelectuales y artistas que transformaron la historia y la cultura del país. Carmen Parra compartió esta vida con su hermana Luisa Riley, documentalista y compañera querida. Parra considera que somos hijos de las pasiones de nuestros padres y tenemos la educación producto de las mismas pasiones
.
La artista ha conformado diferentes tipos de sociedades de rescate del patrimonio histórico y natural de México, como el Centro Histórico de Oaxaca, Hidalgo y Puebla. Aunque algunos proyectos no se materializaron, otros sí lo hicieron, como el dedicado al águila real, que permitió crear un centro de reproducción en Teotihuacan, donde existe un santuario para estas majestuosas aves. Además, ha trabajado durante 45 años en la conservación de la mariposa monarca.
Carmen Parra y su hijo Emiliano Gironella fundaron en 1997 El Aire Centro de Arte, con el objetivo de crear proyectos sociales y artísticos, así como defender la libertad creativa, generando un lenguaje propio en este torbellino contemporáneo. La galería alberga la biblioteca Esto es Gallo, del pintor Alberto Gironella, además de un archivo conformado por un importante acervo fotográfico.
Carmen Parra pinta con la forma del alma; en su universo onírico, los ángeles y arcángeles novohispanos conviven con mariposas y flores. Su arte es un vuelo entre el pasado y el presente, donde cada pincelada es un latido de la nación que se refleja en su obra.